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domingo, 29 de agosto de 2010

El tratamiento en medicina energética

Investigaciones Por Dr. Carlos Inza

Esta nota es una introducción a los objetivos y métodos de trabajo en terapéutica energética. Por esa razón, y antes de resumir tales objetivos, se desarrollan con alguna extensión los fundamentos teóricos del tratamiento médico. Y éstos residen en la concepción de enfermedad y el sentido general de la actividad médica. Sólo aclarando estos puntos es posible intentar un breve resumen de los objetivos terapéuticos de esta disciplina.
       Infraestructura de la enfermedad
Toda situación de enfermedad implica una perturbación más o menos severa de la libre pulsación, o sea: de la libre alternancia entre contracción y expansión. Debe haber equilibrio entre ambas funciones básicas, que implican los dos momentos o situaciones básicas del ser.
En la primera -contracción- existe el afrontamiento de las cosas, la preparación para “la pelea”, la mucha actividad. En la segunda -expansión- la expresión del placer, la gozosa relajación, cierta paz. Se verá que ambas son actividades fundamentales que concretamente son coordinadas por el sistema nervioso vegetativo, el sistema endocrino y otros efectores biológicos.

La rama simpática del neurovegetativo maneja la tensión mientras la parasimpática desarrolla actividades de relajación y puede relacionarse con el placer. (Un desarrollo más profundo del tema puede consultarse en Los Tres Cerebros)
Pero las dos son indispensables y deberían trabajar coordinadamente en todas las actividades humanas. El trabajo y la sexualidad -para tomar dos ejemplos relevantes de la expresión humana- implican la participación de ambas facetas biosíquicas. Las dos actividades se ajustan a la formulación general de la orgonomía en cuanto a la integración en un Principio Funcional Común: tienen relaciones simultáneamente idénticas y antitéticas, que sólo se tornan contradictorias cuando una de ellas experimenta un pronunciado desequilibrio, ya sea en hiper o en hipofunción. 
En las condiciones actuales de existencia existe un predominio exacerbado del simpático, protagonista según Cannon de “la reacción de lucha o huida”: el corazón se acelera, la presión arterial sube, las pupilas se dilatan, los músculos se tensan preparándose para la acción, aumenta la transpiración, predominan iones de calcio y se experimenta angustia si no hay equilibrio con la acción del parasimpático.

Éste actúa sobre sus efectores desarrollando efectos opuestos: disminuye la presión arterial y el calibre de los bronquiolos, achica las pupilas, abre los esfínteres, relaja la musculatura, predominan los iones de potasio y es compatible con sensaciones de tipo placentero como las evacuaciones fecal/urinaria y la sexualidad.
A pesar de que el simpático proporciona una presencia muy activa en el mundo, su continua estimulación (la pelea por la vida) ocasiona un exceso de la contracción, lo cual provoca una paradójica huida del mundo y de las actividades vitales desarrollándose entonces angustia crónica y “miedo al placer”, ese postre inalcanzable que “distrae” de las actividades supuestamente más importantes.

Es importante, apasionante y lamentable observar como las concepciones vigentes acerca de la vida apoyan esta verdadera amputación del aparato biosíquico humano funcionando como justificación perfecta de esta enferma manera de existir.
Podría decirse que la ideología funciona como “programadora” de esta actitud acorazada y siniestra, intentando una compensación por la frustración al asegurar a los “ciudadanos honestos” un falso cobijo contra el miedo a la vida. Esta operación de huida acerca de los valores primarios de la vida (amor, trabajo, conocimiento) desarrolla una verdadera coraza cuya función es proteger del exterior, pero también de las emociones que evocan a esos mismos valores primarios, cuya persistencia “idealizada” aumenta la angustia que produce el no poder vivirlos.
Semejante distorsión explica la falsa contradicción entre naturaleza y cultura, donde el hombre se aleja de la naturaleza en general y de su propia naturaleza en particular para construir la llamada “civilización”, este engendro que nos toca vivir y que pone en serio peligro la continuidad de la vida misma en sus niveles más elementales.
Esta es la situación actual, trasladada al interior de cada existencia humana convertida en verdadero campo de batalla. 

¿ Qué ocurre, entonces, con nuestra energía ?    
El verdadero origen del predominio de los fenómenos de contracción es una importante modificación en la circulación de la energía, que pasa de ser fluida y móvil a lenta y estancada. Este estancamiento deviene en bloqueo energético, y la suma de los bloqueos es lo que constituye la coraza, causante directa de la endemia llamada “miedo a la vida”.
A la vez, la suma de las corazas individuales explica el acorazamiento de la sociedad y sus instituciones, que ahora se llama “civilización o cultura moderna”, haciendo creer a sus integrantes que los fenómenos de distorsión de un desarrollo humano armónico y sano son “naturales”, mientras que su origen es económico, político, social y cultural. Éste es un tema trascendente para entender el origen de las enfermedades humanas actuales y la historia de su devenir. El bloqueo crónico de la energía y su degeneración en Dor (energía negativa) es la verdadera causante de casi toda la patología humana.
Esta es una razón muy concreta de la enfermedad y no una simple idea que “cierra bien” y “puede sostenerse”. Si un método como el de la orgonomía en sus expresiones médicas y psicológicas se emplea correctamente, entonces es posible llegar tan profundo como hasta la génesis de los problemas que luego se experimentan concretamente como alergia,  neurosis o cualquier otra patología, para utilizar la terminología antigua de los disectores.

No hay problema de salud que deje de tener su génesis en una situación ambiental de contracción y su historia en la pelea contra ese bloqueo o inhibición de la vitalidad natural de un organismo humano. Si se llega suficientemente profundo esta constatación es inevitable: allí aparecen las fuentes de la enfermedad y la explicación sobre un tema crucial, la indisoluble articulación de las problemáticas somáticas y psicológicas.

Cualquier perturbación severa de las necesidades elementales de un organismo humano se transforma inevitablemente en una retracción de la energía, que entonces no puede expresarse con amplitud, ya que lo que se inhibe o perturba siempre son variados movimientos expresivos de despliegue. Si bien existe una gama diversa de necesidades, las básicas no son tan numerosas y pueden entenderse bien si se acepta el metabolismo de la energía como base para su análisis. Este metabolismo tiene tres momentos: incorporación, transformación y descarga o expresión de la energía.
El tema de la incorporación de la energía es también el importantísimo problema de la NUTRICIÓN. Y este término debe entenderse aquí no solo en relación con los nutrientes alimentarios -que sin duda son muy importantes- sino con todas las fuentes nutritivas energéticas que necesita un organismo humano para desarrollarse saludablemente. El amor (esa fuerte emoción enfriada con la mediocre denominación de “afecto”) y la protección durante los primeros años de la vida para evitar las infinitas maniobras de represión, son fundamentales para asegurar la salud de ese organismo en desarrollo.
Ésa es la crisis, justamente: la nutrición es habitualmente de pésima calidad y predominan las maniobras “compensatorias”: dulces y “regalitos” para calmar la ansiedad de vivir y estimular la insaciable voracidad que se confunde con sano hambre. Superficialidad y tontería para reemplazar la profundidad del conocimiento inteligente de la vida. Miedo en lugar de espíritu de aventura para descubrir el mundo, y cerrado egoísmo grupal en lugar de solidaridad con el resto de la especie humana.
Está claro que no es fácil revertir esta concepción enferma de la vida, que creció y se desarrolla como un cáncer en la experiencia humana. Tanto es así que ni la palabra felicidad existe como objetivo de la existencia social e individual, y se alienta la conquista de cualquier pobre poder (dinero, “éxito”, estatus social) para disimular la ausencia de verdadera potencia vital (amor, trabajo, conocimiento).  Entonces habrá que tomarse en serio la relación entre enfermedad y fluir de la energía.
   

La enfermedad es un secuestro de Dor

Hemos visto el fenómeno de la enfermedad desde ángulos distintos aunque no contradictorios, y ahora nos falta profundizar en algunos aspectos energéticos. El fundamento de esta visión reside en advertir que no hay posibilidad de enfermedad importante (limitante de la existencia), si la energía se encuentra bien distribuida y en cantidad suficiente, lo cual define a la salud.
Por lo contrario, la situación de enfermedad se caracteriza por un previo desequilibrio en la distribución de la energía: éste es el requisito para su presentación. Luego vendrán la disminución o la sobrecarga compensatoria aunque disarmónica, pero el acontecimiento previo siempre es una incorrecta distribución energética, lo cual fundamenta la aparición de los bloqueos como infraestructura de la coraza.

Éste es el primer escalón, pero si la historia prosigue en la misma dirección, asistiremos primero a un disturbio de la función (disfunción) y luego a una alteración de la anatomía (distorsión). Esta última posibilidad es mal llamada “orgánica”, incluso por quienes se encuentran cercanos al pensamiento energético, equivocación que llama la atención por su profundo significado. ¡Significa que el mecanicismo ha calado demasiado hondo!
Es una forma de adscribir al fenomenal error de la medicina y la psicología habituales, quienes consideran que el cuerpo y la psique son autónomos entre sí, de manera que las verdaderas enfermedades de la salud del “cuerpo” son las “orgánicas”, las que implican una alteración de la anatomía. Las otras son “funcionales”, y aquí ya es una cuestión de gustos: pueden ser imaginarias (quedan aquí, en la cabeza) o concretas (quedan en una tierra de nadie).
Todo el campo energético humano es “orgánico”, y no sólo la materia determinada por él, de manera que no existe problema de salud que no sea orgánico ya que interesa al ser humano en su conjunto. Lo cual implica que, en rigor de verdad, no existen problemas focales, regionales o “específicos” , otra palabreja de difundido uso. Bueno, ya tenemos una historia del proceso enfermante que recorre las etapas de predominio energético, funcional y anatómico de acuerdo a su profundización.
  ¿ Pero cómo pueden entenderse energéticamente la serie de sucesos que constituyen y definen a la enfermedad ?
Estos fenómenos son comprensibles si se repara en el antagonismo propio de las funciones energéticas vitales expresado en la permanente contradicción entre energía vital plenamente funcionante (orgón) y energía vital paralizada o inmovilizada (dor). Es el estancamiento de la primera lo que origina y produce la segunda. Esta relación entre orgón y dor es normal, constante y habitual dentro de la sana oscilación que caracteriza a los fenómenos vivos, pero cuando el dor aumenta demasiado (o sea: cuando el orgón se bloquea en exceso) es el momento de definir a la enfermedad como suceso predominante.
En ese instante el conjunto de la energía orgón reacciona con gran viveza y hasta violencia para oponerse al dor, que tiende a organizarse para substituir al campo energético sano si éste no reacciona a tiempo. El cáncer, grado extremo de degeneración, indica claramente la dirección del proceso: si ese organismo se encuentra en avanzado grado de rigidez y encogimiento pasa al estadio de putrefacción transformándose el campo energético en una suerte de “muerto en vida”.
Es como el reemplazo de un ser organizado, por la desintegración del sistema que produce el creciente exceso de dor. Pero éste es el extremo tendencial de ese proceso: en condiciones habituales no se llega a tanto si no es después de una larga historia, porque el organismo vivo posee la cantidad suficiente de orgón para enfrentar su propio aniquilamiento.
Y reacciona con fiereza, intentando aislar y delimitar la función u órgano afectados. Es esta reacción defensiva la verdadera productora de los síntomas que podemos encontrar en la descripción clínica de cualquier enfermedad. De manera que aquí, “enfermedad” debe entenderse como aislamiento o exclusión de la “sección enferma” por parte del todo integrado.
Y el secuestro defensivo es el resultado visible de este aislamiento básico de la zona, órgano o función enfermas. No en vano la biología contemporánea describe al proceso de envejecimiento como una historia en la cual el sistema inmunológico comienza a perder eficacia y, por lo tanto el organismo entero cohesión o solidaridad interna. ¡ Este dato es esencial para entender lo que ocurre en todos los procesos caracterizados por el predominio de la enfermedad !  
Ahora se tornan comprensibles fenómenos como la fiebre o elevación de la temperatura en las enfermedades infecciosas: es una expresión inmediata de la excitabilidad del sistema orgonótico para movilizar las fuerzas “amigas”, a fin de secuestrar” la zona afectada y destruir a los invasores. Es bueno recordar la funcionalidad de la fiebre: el aumento de la temperatura activa al sistema inmunológico y simultáneamente logra “cocinar” a un elevado número de microorganismos. Entonces puede decirse que la fiebre funcional es una reacción de la energía vital organísmica ante un disturbio de su integridad.
Pero existen dos fronteras opuestas que no deben ser sobrepasadas si se quieren evitar consecuencias mayores: una es la superexcitación o exceso hiperorgónico del organismo (temperatura demasiado alta en nuestro ejemplo), mientras que el otro es una respuesta defensiva demasiado débil que permite al invasor diseminarse hasta la muerte del todo orgánico.
En el primer caso el organismo sucumbe por su propia respuesta excesiva. En el segundo parece ser “inundado” por agentes nocivos, no importa si en forma de sepsis, gangrena o diseminación cancerosa. El denominador común en estos casos es la falta del proceso de secuestro, con la consiguiente desintegración de la unidad orgánica.
La relación de estos acontecimientos tiene consecuencias decisivas para la curación, que parece depender de un adecuado balance en la lucha entre la dinámica del proceso enfermante y la capacidad de secuestro defensivo. Demasiado secuestro produce una importante pérdida de energía del organismo, pero muy poco permite a las fuerzas destructivas inmovilizar al organismo parte por parte. Es como confinar la muerte a un espacio reducido para poder combatirla con éxito.
Donde quiera que una enfermedad afecte un órgano antes de afectar al organismo total, una cantidad importante de energía orgón se ha transformado en energía dor, inmovilizada o paralizada. Pero el origen de esta alteración es siempre, históricamente, la supresión o inhibición de un movimiento auténticamente expresivo. Es esto lo que produce los distintos bloqueos en la libre circulación de la energía, y de esta manera la “construcción” de la coraza, que consiste esencialmente en un bloqueo dinámico, de manera que no es ni psicológica ni biológica sino la perturbación ya estructurada de la funcionalidad.
Puede decirse, entonces, que la coraza caracterial es energía dor secuestrada. Es nuestro aspecto malsano, “deforme”, lo que todos tratamos de esconder disfrazándolo de miles de maneras por el hedor que produce: esto también somos nosotros. Entender al proceso de la enfermedad como un secuestro de dor tiene importantes consecuencias.

Por un lado hace comprensible la existencia de las alteraciones focales, que tienen la función de transformarse en verdaderos campos de batalla de las dos energía básicas: orgón y dor. Un organismo vivo con capacidad de defenderse, confina al dor en la operación de secuestro para luego intentar eliminarlo parcialmente y ratificar el principio de la integridad orgánica. Por otra parte, esta visión de los procesos patológicos abre las puertas para entender los objetivos y la metodología de un proceso terapéutico en medicina energética.

  El proyecto curativo en medicina energética

Tanto la orgonomía como la medicina tradicional china miran de manera parecida esta problemática: para diseñar una terapia adecuada es fundamental evaluar la energía de una persona en tres aspectos: su cantidad (energía total en movimiento), la distribución (lo cual permite investigar “la tasa de desequilibrio”) y su calidad (relación entre energía positiva orgón y energía negativa dor.)
Las consideraciones anteriores relacionadas con el sujeto de la enfermedad y la significación o sentido de esta última, nos permiten avanzar en la confección de un diseño alternativo en cuanto a los objetivos de un tratamiento en medicina  energética.

Buena o verdadera medicina es la que cura, como decía Florencio Escardó, pero  
¿ qué significa curar ? ¿ No valdrá la pena volver a hacerse esta pregunta descartando lo trillado, mirando con nuevos ojos el significado del objetivo básico de cualquier acto terapéutico desde que existe la medicina, ya en los albores de la historia humana ?
La misma palabra curar está atravesada  por diferencias importantes si se comparan el significado actual (devolver la salud, aplicar remedios) con el etimológico: deriva del latín cüra, que significa cuidado, solicitud. Es tan importante advertir las diferencias ligadas a las distintas concepciones del sentido de la intervención médica, que aquí vale la pena reproducir el apartado de este vocablo, según figura en el Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana de Joan Corominas:
 
CURA, 1220-50, “asistencia que se presta a un enfermo” y antiguamente “cuidado”. Del latín cüra “cuidado, solicitud”. Al “párroco”, 1330, se aplicó esta denominación por tener a su cargo la cura de almas o cuidado espiritual de sus feligreses.
Esta cita no tiene desperdicio: hay demasiadas cosas allí. Puede verse que coexisten claramente dos actitudes distintas y que pueden convertirse en antagónicas. Por un lado está el “devolver la salud y aplicar remedios”, lo cual implica poner en práctica una serie de medidas concretas para lograr un resultado (aliviar un dolor, parar una hemorragia, mejorar la función respiratoria, etc.). Pero por otra parte se trata de “ocuparse de, preocuparse por, ayudar”, según completa el Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Española de Guido Gómez de Silva para profundizar en el sentido de la palabra latina curare. 
Si bien la etimología es un deporte apasionante, estas citas no aparecen aquí con el fin de entretener o complicar las cosas, sino con la intención de profundizar en el sentido o significación de la tarea médica sin dejarse llevar por el uso estándar de los términos en una cuestión tan importante. Examinando en detalle el aporte de la etimología podemos ver que aquí se plantean los siguientes asuntos:  
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    Lo esencial del acto médico consiste en producir hechos con el concreto objetivo de mejorar la salud de una persona. En este sentido poco importa si se trabaja con un bisturí, se indica la toma de un medicamento homeopático o alopático, se colocan agujas en puntos de acupuntura, se radia al paciente con energía orgón o se hacen fomentos con una preparación de hierbas. Lo importante es que cualquiera de estos procedimientos sea eficaz para lograr el objetivo inmediatamente vinculado a la situación clínica de una persona enferma. Se trata de ser útil desde “afuera” del paciente, operando sobre su biosistema con intervenciones eficaces.
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    Lo esencial del acto médico también consiste en cuidar, ocuparse de alguien, ayudar. ¿ Qué significa esto ? ¿ Es igual que la línea de intervenir a través de hechos materiales concretos tal cual explica el punto anterior ?  No, no es lo mismo. Aquí se sugiere algo parecido a “velar el sueño de alguien”, una variedad de la predisposición humana hacia el otro caracterizada por la creación de una atmósfera contenedora, amistosa, amorosa.

El sentido de esta apasionada afirmación del interés por el bien de otro ser humano implica que la existencia de tal “buena onda” ejercerá un resultado positivo sobre la salud de un enfermo. ¿ No es emocionante, acaso, rememorar tantas imágenes de personas acostadas rodeadas por el amor de quienes lo quieren ?  Es bueno reparar en que aquí, el uso de la palabra rodear no es una simple metáfora: el interés emocional es energía concreta que se dona a otra persona y necesariamente ejerce una influencia positiva, alcance esta o no a los fines de la curación.

Hay algo en común con la acepción anterior: la influencia curativa trata de “algo” que procede desde el exterior de la persona. Y algo diferente: lo que de aquí se emana es pura energía, mientras que antes se hablaba de producir hechos materiales, pero en los dos casos se trata de movimientos muy concretos con un objetivo terapéutico, sanador.
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    La vinculación con el cura o sacerdote implica la división de los reinos: el médico para el cuerpo, el sacerdote para el alma. ¡ Otra vez la teología !  No es para ponerse nerviosos que se hace esta reflexión, sino para mostrar hasta dónde es correcta la brillante observación de Reich acerca de la mixtura entre mecanicismo y misticismo como protagonista de esta civilización esquizofrénica donde coexisten sin problemas máquinas y dioses. Otra vez la religiosidad natural que vincula acertadamente a la energía con la materia a través de una sabia observación del funcionamiento natural, se transforma en dogma religioso y división de la realidad.
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    Pero dejemos por ahora la tercera observación para concentrarnos en las dos primeras, que son más relevantes a los fines en discusión. Si se sostiene a la primera acepción como única forma correcta de considerar la función de la medicina, estamos de nuevo en la concepción del cuerpo-mecano: se “devuelve la salud” cuando se cambia o repara la “parte” en conflicto, el dispositivo del lavarropas que no anda. No hay nada que esperar desde adentro de la persona: como ésta es una colección de órganos atornillados por colágeno, nervios y neurotransmisores, el auxilio mecánico siempre viene desde afuera con una intervención técnicamente irreprochable. El médico-dios devuelve la salud desde su infinito poder, acunado por la liturgia de la tecnología moderna. ¡ Dios nos libre de estos dioses !
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    Si en cambio se apuesta únicamente al entorno energético, se prescinde de la necesidad de producir acontecimientos físicos concretos que la experiencia médica de cualquier cultura demuestra como eficaces a los fines de lograr un resultado concreto. Esta actitud tiene una ventaja sobre la anterior: confía en la posibilidad del propio organismo vivo para enfrentar la adversidad y finalmente triunfar. Cree en la capacidad autocurativa de los seres vivos, y en esto tiene toda la razón, pero descree de las medidas oportunas e inteligentes que pueden ponerse en práctica para ayudar a que, esta capacidad de generar salud desde adentro, se encuentre con el camino más despejado o utilice mejor sus propios recursos para llegar a una situación de homeostasis o equilibrio funcional.




Ahora podemos utilizar lo mejor de ambas visiones para lograr una síntesis convincente: el objetivo de la tarea médica es ayudar con medidas eficientes para que una persona enferma logre curarse a través de la puesta en marcha de su propia capacidad de generar un funcionamiento eficiente y armónico. O sea que es la propia persona la que se cura, pero ayudado por un buen trabajo médico. No es el médico el que cura a un paciente: éste se cura ayudado por aquél.
 
 
La diferencia 

La diferencia es importante y muy significativa.
Al momento de diseñar una estrategia de tratamiento médico; no es para nada un problema menor o insignificante. Según se mire esta problemática, resulta el tipo de estrategia médica y los consiguientes resultados. A la vez que es el conjunto de la institución médica la que se encuentra comprometida en una forma u otra de actuar: desde el sanitarista hasta el camillero, desde el médico hasta el técnico de laboratorio, desde la enfermera hasta la cocinera del hospital.
 
  Objetivos del tratamiento
A fin de no alargar excesivamente esta nota, vamos a resumir los objetivos del tratamiento en medicina energética, dejando para otra oportunidad los métodos que se utilizan. Era necesario ubicar el contexto para que fuera comprensible la idea general que orienta la acción terapéutica, a través de las consideraciones ya expuestas sobre la enfermedad y la energía Dor. De esta manera, será comprensible el marco teórico y práctico que funciona de ambientación para su propuesta.
En primer lugar se encuentra la vieja disyuntiva de la terapéutica: tratamiento etiológico vs. tratamiento sintomático. No es un problema menor, y en la medida que se extiende y profundiza el sentido y alcance de la enfermedad, la cuestión se complica. Pero puede decirse que cuanto más sintomático sea un tratamiento más superficial será, y menor posibilidad tendrá de evitar la repetición y agravamiento de un proceso patológico.
La medicina energética propone llegar lo más profundo posible, a ese lugar donde la perturbación del fluir de la energía ha funcionado como base y requisito del desarrollo enfermo. ¿Puede llegarse exactamente hasta “ese lugar”?  No aún, pero podemos llegar bastante cerca, lo cual es muy importante.

Ya se explicó que cualquier enfermedad es única (el desarrollo de nuestro aspecto enfermo), y por lo tanto debe abarcarse desde variadas perspectivas para ser comprensible: en ella coexisten intrincadamente aspectos biológicos, psicológicos y sociales. Y todavía falta un buen trecho por recorrer para lograr una buena síntesis entre estas distintas miradas.
Si también se acepta que el organismo humano no es un mecano, entonces quedará abierta la puerta para un tratamiento que intenta llegar hasta los orígenes de la enfermedad. En este sentido la propuesta es muy clara: un verdadero tratamiento médico debe intentar llegar lo más profundo posible, aún aceptando los límites actuales. Y para ser exitoso, debe lograr ayudar a una persona para que esta misma genere o desarrolle la mejor de sus posibilidades de acuerdo a su historia y potencial. Esto es incompatible con la idea de tapar síntomas con medicamentos, que es lo que suele hacerse.
Claro -podrá decirse- todo muy lindo pero ¿cómo resuelvo mi problema concreto, mi úlcera, mi hipertensión, mi bronquitis crónica? Esta es una pregunta típica que encierra bastante ignorancia acerca de la comprobada eficacia de la acupuntura y la homeopatía para manejar una extensa variedad de cuadros clínicos. Lo cual no implica que sean infalibles o garanticen la salud perfecta: no hay medicina infalible y la salud perfecta es otra mentira más.

Pero hay algo más: de acuerdo al aporte de la orgonomía, la enfermedad es esencialmente un “secuestro de Dor”: el organismo sano se defiende y resiste aislando una función o un órgano, en el intento de reorganizar sus fuerzas y finalmente triunfar recuperando la unidad. De manera que los “tratamientos específicos” que no se ocupan de alentar la vitalidad y poder de reorganización del organismo sano, no logran demasiado si uno se permite pensar con alguna profundidad en medicina, lo cual es raro y hasta excepcional.
Los tratamientos puramente focales y destinados a resolver un problema son útiles sólo para salir del paso, pero nada más. En términos energéticos podríamos decir que son útiles para conjurar la amenaza de que lo secuestrado se transforme en secuestrante, pero si sólo quedan en eso, el objetivo terapéutico que los sostiene es bastante mediocre. Y esto es independiente del sistema médico en el que estén inscriptos, porque también se puede hacer acupuntura u homeopatía con mentalidad sintomática, única manera en que son aceptados por la medicina oficial cuando no se los rechaza con soberbio desprecio.
Utilizados en este mediocre objetivo, la ventaja es que el paciente que los “consume” se libra, al menos, de la intoxicación reglamentaria que produce el consumo crónico de medicamentos alopáticos. Si se trata de juzgar la eficacia de cada sistema en el tratamiento de cada cuadro clínico sería sumamente interesante hacer un estudio en serio, una investigación objetiva.
Pero es dudoso que el establishment médico tenga interés en realizarla: para ellos no sería redituable e implicaría reconocer que se puede hacer medicina con otra mirada y otros principios. Esto no implica desmerecer la utilización de técnicas y procedimientos de reconocida eficacia para lograr un objetivo tan concreto como eliminar un dolor o aliviar una quemadura. Pero “salir del paso” no implica acceder a un nivel superior de salud, ésta es la cuestión. Eliminar un síntoma no significa estar más sano, sólo significa no sentir la molestia que ocasiona el síntoma, nada más.
Para mejorar de verdad la calidad de nuestra vida hace falta que éste, justamente, sea el objetivo principal de un tratamiento médico. Y eso no existe en el “mercado estándar” de la medicina convencional, así como tampoco se lo podrá encontrar en la propuesta de quienes practican homeopatía o acupuntura con objetivos puramente sintomáticos.
 
Y ahora sí podemos considerar el objetivo más importante que propone la medicina energética en sus tratamientos. Y es, ni más ni menos, que mejorar el estado general. ¿Cómo? ¿Tanta palabra pretenciosa para decir nada más que eso? ¿Así de sencillo era el asunto?  Si esperaban más lamento desilusionarlos,  pero eso es todo. Y sin embargo no hay nada más importante que pueda hacer la medicina por una persona que mejorar su “estado general”. No es culpa de nadie que esta expresión se encuentre tan vacía de contenido, pero es lógico que así sea considerando que para la concepción vigente no existe otra cosa que órganos, aparatos y “partes”.
El estado general, entonces, no existe en ningún lado. Sólo hay vagas referencias: “tener buenas defensas” y especialmente no tener algo mensurable: presión alta, diabetes o un tumor que se pueda visualizar mediante estudio de imágenes. Por eso los pretendidos “chequeos preventivos” son tan insustanciales y sosos: si no se encuentra algo groseramente desviado, no hay nada para hacer porque se supone que todo está bien. Ustedes comprenderán que este planteo es tan superficial que no resiste el menor análisis, pero enlaza bien con la absurda idea de que me vino una enfermedad”.
Aunque ya haya sido citado otras veces, me parece oportuno recordar esa característica de la cultura china que, antiguamente, habilitaba a sus médicos para cobrar honorarios a sus pacientes mientras los mantuvieran sanos pero, de enfermar éstos, aquéllos tenían la obligación de curarlos gratuitamente. ¡Esa concepción era de una gran sabiduría! Y ponía las cosas en su lugar: la función más trascendente de un sistema médico avanzado, consiste en ayudar a mantenerse sanos a los integrantes de la comunidad humana. Pero este ideal es imposible si se desconoce qué es lo que hay que lograr, en qué consiste estar sanos.
 La sofisticación de la medicina moderna para tratar complicadamente problemas que podrían evitarse con sencillez, hace recordar a los sistemas político-económicos que crean pobreza y luego pretenden programas de protección social para combatirla: ¡a la hora de opinar sobre esta actitud es difícil decidirse entre la tontería y el cinismo!
   Concretemos, por favor
La medicina energética puede ayudar a que una persona se ayude a sí misma para lograr, a través de un tratamiento que articula acupuntura, orgonomía, homeopatía, oligoelementos, hierbas, nutrición y actividad física, los siguientes objetivos:
1.   Mejorar la carga energética general y la distribución de la energía, llevando gradualmente un organismo vivo a rangos más equilibrados en su distribución.
2.   Extracción de la energía negativa Dor y su reemplazo por energía vital u Orgón.
3.   Desintoxicación del sistema básico a través de programas específicos como La Escoba Metereta.
4.   Drenaje de tóxicos con medicación homeopática actuante sobre el sistema linfático.
5.   Mejoría gradual de las funciones deterioradas o “secuestradas” para integrarlas al resto de la economía orgánica. La mejoría de los síntomas debe “leerse” en función de este proceso de mejoramiento del biosistema en su conjunto.
6.   Aumento de la vitalidad, que coincide con un despliegue del ser en el desarrollo de la potencia creativa y en concreta mejoría de las funciones vitales básicas.
Se verá que no está considerado el problema del tiempo o duración del tratamiento. La razón es muy simple: cada persona requiere un tiempo distinto, variable. Hay personas que sólo buscan una mejoría de los síntomas y lo piden expresamente: no es posible “obligarlas” ni advertirles las consecuencias de tal decisión, porque a cada uno le llega su momento para decidir la profundización de este camino.
En nuestra cultura  no se acostumbra a realizar un tratamiento médico cuando no existen síntomas molestos (cuando se está “sano”), pero en muchos casos el síntoma funciona como excusa formal para “probar” esta medicina basada en el manejo de la energía. Y es muy estimulante comprobar que muchos pacientes “sintomáticos” se transforman en pacientes “etiológicos” cuando conocen este planteo, y verifican en sí mismos las diferencias que existen entre no tener un síntoma y sentirse mejor, más vivo.
Tampoco se estila un tratamiento médico de sesiones periódicas que parece sumamente extraño, pero no se hace esta objeción cuando se trata de psicoterapia, que también requiere sesiones frecuentes y periódicas. Adeudo un artículo sobre las metodologías utilizadas para lograr los objetivos, pero esto queda para otra oportunidad.

Y como final de la nota reproduzco un notable aporte de Ola Raknes -extraído de su libro Wilhelm Reich y la Orgonomía- acerca de los “síntomas” de la salud, sin lo cual la simple enumeración de los objetivos del tratamiento queda incompleta.
"Enumeraré brevemente algunos de los más importantes criterios orgonómicos del estado de salud, cuyo requisito previo es la pulsación libre y armónica. Comienzo por los criterios psicológicos, dado que nuestra investigación se inició en el ámbito de la psicología y la psicoterapia:
 1. Capacidad de completa concentración en cualquier trabajo, en una conversación, en una relación sexual. Sensación de unidad en el ser y en el actuar.
 2. Capacidad de ser y sentirse en contacto consigo mismo y con los demás, con la naturaleza y con el arte, e incluso, con los instrumentos que se usan en nuestro trabajo; se debe mencionar también la capacidad de recibir impresiones y de tener el coraje y la voluntad de permitir a los hechos dejar una huella en nosotros.
 3. Ausencia de ansiedad cuando no hay peligro real; capacidad de reaccionar racionalmente en las situaciones peligrosas, cuando se entrevea allí también un importante objetivo racional.
 4. Sensación duradera y profunda de bienestar y de fuerza, de la cual el individuo puede darse cuenta apenas preste atención (aún si está luchando contra dificultades o siente dolores físicos que no sean demasiado intensos). Entre las sensaciones de bienestar está la sensación de placer en los genitales durante la espiración.
 Ahora enumeraré algunos de los más importantes criterios somáticos de la libre pulsación del organismo. Comienzo con un criterio que es al mismo tiempo psíquico y somático, esto es:
 1. El orgasmo, acompañado de pérdida momentánea de conciencia y convulsiones del cuerpo entero. Ocurre en intervalos bastante regulares que varían dependiendo del individuo y del tiempo.
 2. El organismo entero tiene un buen tono, el aspecto corpóreo es elásticamente erecto, sin espasmos o calambres que alteren su armonía.
 3. La piel es cálida y bien irrigada de sangre, el color es rosado o levemente bronceado; el sudor debe ser cálido.
 4. Los músculos pueden pasar de la tensión a la relajación sin estar, ni crónicamente contraídos, ni flácidos. La peristalsis es fácil: no hay estreñimiento ni hemorroides.
 5. La fisonomía o expresión facial es vivaz y móvil, nunca inmóvil como una máscara. Los ojos brillantes con rápida reacción pupilar, y las órbitas ni están hundidas, ni sobresalen.
 6. Espiración profunda y completa con una pausa antes de la nueva inspiración; el movimiento torácico es libre y relajado.
 7. El pulso regular, tranquilo y fuerte; la presión sanguínea es normal, ni demasiado alta ni demasiado baja.
 8. Los glóbulos rojos están plenos, con la membrana periférica bien tensa (sin arrugas ni protuberancias); presentan un fuerte y amplio halo orgónico y se desintegran lentamente en biones gruesos, colocados en solución salina fisiológica.
 9. Por último, hay un amplio y variable campo orgónico que circunda todo el organismo."