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viernes, 4 de mayo de 2012

El cuento de una ciencia oficial...

Un invento de las nuevas inquisiciones

Por Dr. Jorge Carvajal Posada

El cuento de una ciencia oficial es un invento de las nuevas inquisiciones.

Hoy ya no podríamos hablar con propiedad de una ciencia o una medicina oficial.

Muchas prestigiosas universidades del mundo tienen departamentos de medicinas alternativas, y centros para la investigación de la interacción mente-cuerpo.

En muchos países los ministerios de salud tienen oficinas para las prácticas alternativas.

En un mundo cada vez más dirigido por la diosa razón como podríamos explicar el fenómeno universal de un florecer de medicinas y terapéuticas alternativas, suaves, dulces, toda esa inmensa corriente de lo que hoy se llama medicina complementaria?

Sería un signo de locura colectiva muy grande el que ya casi un cincuenta por ciento de la humanidad recurra a aquellos que para la ciencia son bichos raros sin ningún argumento científico.

En esa óptica serían víctimas ignorantes o desquiciadas, todos los americanos que en el solo año de 1997 invirtieron en todas esas cosas no científicamente reconocidas alrededor de veintisiete mil millones de dólares- no subvencionados por un sistema de seguridad social.

Decenas de millones de dólares se invierten hoy para investigación de las prácticas alternativas desde la oficina para las medicinas complementarias y alternativas -CAM- adscrita a los institutos nacionales de la salud. (NIH)Ginseng, Ginkgo biloba, medicinas manuales, oligoelementos, acupuntura, yoga, meditación y hasta oración.

¿Cómo puede ser posible, se dicen algunas mentes escandalizadas, semejante proliferación?

Pero ya las excomuniones no alcanzan para frenar la expansión.

En el mismo París curanderos y radiestesistas a pesar de decenios de esfuerzos del colegio médico para lograr su extinción son también hoy una legión.

En Alemania, los Heilpraktiker son la versión moderna de los médicos descalzos. En el corazón de la Universidad de Viena, el instituto Ludwig Boltzmann para la acupuntura tiene su sede en la policlínica de la misma universidad de Viena.

En decenas de universidades americanas se enseña oficialmente el toque terapéutico, que a más de su teoría propia no es en su práctica diferente de la antigua imposición de manos.

En varias universidades americanas se investigan oficialmente los efectos de la conciencia. Stuart Hameroff y Roger Penrose lanzan desde la medicina y la física una propuesta seria sobre un sustrato para un modelo cuántico de la conciencia en el nivel de los microtúbulos neuronales.

Los Julios Verne de nuestra época están en los laboratorios.

En el Instituto Heart Math se investiga sobre la tasa de variabilidad de la frecuencia cardíaca y estados de conciencia tan extraños a la ciencia mecanicista como el amor impersonal.

En un ya clásico experimento; The copper wall project, Elmer Green de la fundación Menninger pudo registrar patrones de descarga sobre el cuerpo de sujetos sometidos al toque terapéutico sin contacto físico.

En miles de estudios con todo el rigor científico se exploraron los efectos que sanadores entrenados pueden ejercer sobre cultivos bacterianos, cultivos de hongos, actividad enzimática, cultivos celulares, cicatrización de heridas.

Cada vez son más contundentes, y obviamente debatidos, los estudios que sobre el efecto a distancia de la oración se han realizado siguiendo todas las normas del método científico. La memoria del agua continúa siendo un interrogante muy grande para las mentes abiertas como las de todo genuino científico.

El problema ya no es el de discutir si las medicinas complementarias funcionan. El quid es el de saber cómo lo hacen.

Miles de años pasaron para que pudiéramos conocer algunos de los mecanismos de acción de la acupuntura.

Sin embargo millones de seres humanos se siguieron beneficiando entre tanto. Si con la sola aspirina pasaron cien años usándola para comprender su modo de acción y aún hoy estamos descubriendo nuevas indicaciones, ¿cuál es el prurito de conocerlo todo a la luz de la ciencia para que podamos decidir si sirve o no?.

Es bien peculiar que mientras en otros territorios de la vida vamos resolviendo los antiguos fundamentalismos, la ciencia pretenda ocupar el lugar y ser el patrón de medida de toda actividad humana.

La medicina es mucho más arte que ciencia y como arte tiene miles de años pues como ciencia es apenas una recién nacida.

Además de su vigencia científica, las cosas tienen vigencia práctica, social, económica, cultural.

Si la sola vigencia posible fuera de la ciencia entonces no podrían existir las culturas. La ciencia que es un modelo de realidad y uno de tantos códigos de lectura para ver el mundo no puede usurpar el monopolio de la verdad; también son ciertos los sueños, y nuestros sentimientos, aunque sean tan difíciles de explorar, también hacen parte de la realidad.

El sol nos calienta aunque no entendamos de la física de la fusión.

La oración o la homeopatía trabajan a pesar de todas las excomuniones.

¿Será un asunto de sugestión?

No se me pasa por la cabeza un veterinario sugestionando una vaca, o un investigador que logra echarle el cuento a las células de su cultivo para que se comporten distinto bajo el influjo del sanador.

Es demasiado simplista echar la culpa de todo esto al placebo.

Si somos realmente serios tendremos que cambiar nuestra actitud y no botar, como alguien dijo, el agua sucia de la bañera con el niño adentro.

Hay algo precioso en todo esto, al lado de toda la superstición y la magia trasnochada, existen cosas de tal valor que bien vale la pena que entre todos echemos una nueva mirada.

No se trata de negar la ciencia, ni de hacer borrón y cuenta nueva; se trata de reconocer que hoy es más necesaria que nunca expandir las fronteras de nuestra visón del mundo.

En muchos países los ministerios de salud tienen oficinas para las prácticas alternativas.

No es infrecuente encontrar hoy que durante la cirugía cardíaca el cirujano recibe ayudas de las llamadas alternativas para regular la energía.

Los laboratorios de la farmacopea occidental no quitan el ojo ni los intereses de la botánica más tradicional.

Ellos son los mayores beneficiarios de la etnomedicina, pues saben de la enorme correspondencia entre el uso tradicional de las plantas y la presencia de principios farmacológicamente activos.

Cuando se mira la ciencia de vanguardia, en el mismísimo frente de onda de la investigación científica nos encontramos exploraciones que parecen propuestas por practicantes complementarias: el efecto de los campos electromagnéticos sobre la vida, la conciencia, las medicinas alternativas.

En Harvard se habla hoy ya sin rubor de epidemiología de la religión, al descubrir que el pronóstico de las enfermedades crónicas no es ajeno al sistema de creencias.

La ciencia, la que no se compra ni se vende, la ciencia que no es un simple instrumento de la inquisición, tendrá que ver con cosas como honestidad y transparencia.

Descubrirá que los valores humanos mueven toda una farmacopea interna. Sabrá que, como el cerebro, el hígado, el bazo y el timo con todo el sistema inmune se ponen tristes.

Comprenderá que el sistema inmune también aprende y que de todas las variables de la vida, la de las actitudes es fundamental para explicarnos salud y enfermedad.

La ciencia descubrirá también en la vida el principio de incertidumbre y aceptará las limitaciones para aplicar leyes generales a un hombre cuya característica esencial es su irrepetibilidad, su inalienable unicidad.
Únicos, irrepetibles, totales. Interdependientes.

Los hombres serán mucho más que fósiles moleculares y la medicina será una ciencia para la humanidad, ni sólo arte oriental, ni sólo ciencia occidental; blanda y dura, con cuerpo y alma no separados ni separables, la nueva medicina será el arte de rescatar la ciencia de nuestra indisociable integridad.